Danza y experiencia mística


Los derviches, adeptos del sufismo, practican un tipo particular de danza fundamentada en movimientos circulares sobre su propio eje, mediante la cual alcanzan estados de experiencia mística. De igual manera, en diferentes tradiciones chamánicas se encuentra el recurso de la danza como medio para alcanzar estados alterados de conciencia, como bien lo sustenta John Matthews en su libro "La Biblia del chamanismo" (2014). El autor Hans Holzer ha defendido en sus escritos que en la Antigua Religión, en las diferentes tradiciones a lo largo y ancho del mundo, la danza ha cumplido un papel primordial, al ser utilizada en los rituales de iniciación, así como en invocaciones y celebraciones de diferentes tipos, y se reconoce su utilidad en el logro de estados de trance requeridos por los chamanes para sus diferentes prácticas. En Mentheoresis se reconoce también el poder de esta herramienta para facilitar la conexión con el Yo trascendente.


Imagen tomada de http://www.gentedecabecera.com/2014/03/danza-derviche-sufi-en-bucaramanga/

Tratándose de una práctica en la que en muchos casos prima la espontaneidad, no existen pauta para su realización. A continuación se describe una secuencia de lo que puede ocurrir en una sesión de danza guiada por un menthor (es decir, un experto en Mentheoresis), pero la rutina puede variar enormemente dependiendo de la dinámica del grupo y de lo que se quiere trabajar. Estas prácticas se conocen en Mentheoresis como Danza Nous, dado que facilitan la consecución del estado Nous.

Antes de iniciar se sugiere a los participantes realizar algunas respiraciones profundas y fomentar su sensibilidad mediante sentir el calor corporal de una palma a la otra, hallándose las dos palmas a una distancia variable, empezando por una proximidad de uno o dos centímetros (pueden ser las palmas de uno mismo o las palmas del compañero). La danza inicia tomándose los asistentes de las manos mientras se mantienen en círculo. Empiezan a danzar en forma sencilla, rítmicamente, siguiendo la forma del círculo, sin soltarse de las manos. Para esto se puede utilizar una música similar a la empleada por los indígenas suramericanos. Luego puede pasarse a una combinación de dicho desplazamiento circular con un acercamiento al centro, y se alternan estos acercamientos con el consecuente alejamiento para seguir danzando en círculo. Posteriormente, y con el uso de una música similar a la utilizada por los derviches, se solicita a los asistentes soltarse de las manos y seguir danzando en el círculo, pero con movimientos espontáneos. Después de esto se pide a los asistentes dispersarse por el salón y danzar con los ojos cerrados, siguiendo los movimientos que espontáneamente les surjan. Para este segmento de la práctica se utiliza una música más centrada en la percusión. Cada asistente puede optar por hacer en su danza aquellos movimientos típicos de un animal que previamente en sus sesiones de meditación se haya vislumbrado como parte de una pulsión ancestral, para emplear la terminología que se utiliza en Mentheoresis. Por último, se retoma la danza tomados de las manos trazando un círculo y luego se cierra la sesión con esto mismo pero tomándose no de las manos sino de las caderas, a la vez que se danza, con los ojos cerrados. A estas alturas, el sentimiento de unidad y de comunión es evidente y enriquecedor para experimentar un nivel de conciencia diferente.

Se considera recomendable que en el salón donde se lleva a cabo la danza exista un centro, un eje, claramente definido. Puede estar señalado por una caña de bambú en el centro de recinto. Se considera que el hecho de danzar en torno a un centro definido mueve patrones arquetípicos, instaurados en el inconsciente colectivo desde los inicios de la civilización, y facilita por ende el contacto con el Yo trascendente.

La anterior es una descripción burda de lo que puede ocurrir en una sesión de danza guiada por un menthor, y, como se dijo, puede variar enormemente la práctica según la dinámica del grupo.

Además de su utilidad para contactar al Yo trascendente, la danza también puede ser usada para descubrir cada participante desde qué aspecto de la personalidad suele actuar. Por ejemplo, si se pide a los asistentes que dancen en parejas, sin hablar, mirándose a los ojos, manteniendo como único punto de contacto el dedo medio de la mano derecha, sin que ninguno de los dos guíe el movimiento en pareja sino que haya un aporte por igual de los dos, se puede encontrar uno de los siguientes escenarios:

·         Uno de ellos guía los movimientos mientras el otro tiende a esperar y supeditarse a las pautas que muestre el compañero con sus movimientos.
·         Los dos intentan dirigir al otro, estableciéndose un conflicto y un sentimiento de molestia.
·         Los dos esperan que el otro dirija, manifestándose inseguridad en los movimientos.
·         Los dos logran cooperar satisfactoriamente, dirigiendo en algunos momentos y cediendo el control en otros, de modo que se establece una auténtica danza en pareja.

La situación deseable es, desde luego, la última. Allí se evidencia la actuación del Yo maduro. En las otras tres situaciones es evidente que existe un exceso en la actuación ya sea del Yo emocional en su aspecto infantil, o del Yo normativo, en su aspecto de Yo autoritario.

El menthor que utiliza la danza como recurso debe estar preparado para guiar apropiadamente al practicante, pues se suelen generar experiencias a nivel psicológico y trascendental que ameritan una adecuada apropiación de quien las vive. Al ponerse en juego un intenso simbolismo, las emociones e imágenes que surgen a raíz de la danza deben ser exploradas y procesadas.




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